La historia del contrato de seguro muestra de manera ejemplar la adaptación de esta institución secular a las continuas y diversas demandas de cobertura patrimonial surgidas al calor de los riesgos derivados de la evolución social y económica. Y dicha adaptación, además, se ha producido manteniendo nuestra figura las características esenciales que perfilaron su delimitación inicial, en el ámbito del transporte marítimo, al comienzo de la singladura histórica del Derecho mercantil. Como es natural, son numerosas las diferencias que separan al seguro contemporáneo del medieval y aún del practicado en épocas todavía recientes respecto de nuestra época. Tales diferencias se manifiestan, desde luego, en la esfera propiamente contractual, pero adquieren, si cabe, más relevancia, en lo que cabría llamar la dimensión institucional del seguro, relativa, básicamente, a la configuración jurídica y organizativa del asegurador, así como a los aspectos de supervisión, de tan extraordinario relieve en la realidad actual. Con todo, como decimos, puede apreciarse una llamativa continuidad alrededor del contrato de seguro, propiciada, entre otras cosas, por la propia práctica aseguradora que ha sabido adaptar, con la inapreciable ayuda de la libertad contractual, las ideas clásicas a las nuevas necesidades. A este desarrollo progresivo ha contribuido, igualmente, la existencia de una dogmática jurídica del alto nivel, ya dilatada en el tiempo, que ha permitido insertar con relativa facilidad los nuevos supuestos necesitados de cobertura patrimonial no sólo en las normas básicas reguladoras de la figura, sino, sobre todo, en un esquema sistemático de conceptos nítidamente perfilado, al servicio de la mejor composición de los intereses vinculados a la relación jurídica aseguradora. Quizá sea, precisamente, el campo de los seguros aeronáuticos uno de los mejores exponentes de las ideas que acabamos de formular.