La Ciudad de los Reyes. La metrópoli de los beréberes. La Perla del Sur. La París del Sahara. La ciudad roja. El paradigma de las ciudades orientales. Marrakech posee muchos atributos y todos ellos la reflejan de algún modo. Entre ellos están sus muros de arcilla roja y sus palmeras meciéndose al viento frente al brillo azul de la pared rocosa que, al fondo, anuncia la poderosa presencia de la cordillera del Gran Atlas con sus cimas cubiertas de nieve. Todo esto es Marrakech: el punto de encuentro en el que confluyen y se mezclan la soledad de las sierras y desiertos con el ajetreo de la gran ciudad. Aquí la vida muestra siempre su cara más pletórica, colorida e intensa. Y ocupando el centro de atención de este panorama se encuentra el escenario al aire libre más grande de África, la palestra del Magreb: el Djemaa el-Fna, la plaza de los ahorcados, de los decapitados, el punto de reunión de los muertos. A este emplazamiento se le han aplicado muchos nombres. Lo que es seguro es que aquí cumplían su triste cometido los verdugos. Se acostumbraba a clavar las cabezas de los ajusticiados en estacas para presentárselas al público sediento de emociones a modo de sangriento ejemplo. Ya hace mucho que no se exponen cabezas cortadas en este antiguo patíbulo de 5 hectáreas de superficie, pero el espectáculo sigue las 24 horas del día: prestidigitadores, tragafuegos, encantadores de serpientes, arrancadientes, mercaderes, domadores de monos, curanderos, adivinos, juglares y escribanos. Un abigarrado conjunto que se transforma en una auténtica experiencia visual y sensorial. Los sesos asados de oveja exhalan aromáticas humaredas y en el ambiente flota una mezcla de olores a sopa de garbanzos, a jengibre, a menta y a zumo de naranja recién exprimido. El monótono canturreo del aguador cubierto de campanillas. La misteriosa voz del contador de cuentos. Los gritos de los niños que han perdido momentáneamente de vista a sus madres. Los saltos de los acróbatas. Las discusiones entre las clientas y los desvergonzados mercaderes. Aquí se prepara un infalible remedio en polvo contra la infidelidad conyugal, allá otro contra la caída del cabel